Es el momento del equipo técnico: ponedles un foco, porque llevan en esto mucho más de lo que creíais

Es el año 80 d.C., eres ciudadano de Roma y vas al Coliseo a disfrutar de un día de entretenimiento brutal. Hoy es un día especial, porque tu emperador Tito César Vespasiano ha organizado una naumaquia, un simulacro de batalla naval en el suelo inundado de la arena. Habrá galeras a vela, mecanismos para simular naufragios, olas de tormenta y legiones de personas encargadas de las cuestiones técnicas. De no ser por todos los ingenieros hidráulicos, carpinteros y muchos más, esta naumaquia tan solo sería un charco grande dentro de un recinto aún más grande. Cuando el teatro (o cualquier otro tipo de espectáculo) va más allá de las máscaras y el maquillaje escénico, alguien tiene que encargarse de construirlo, tirar de palancas y tensar cuerdas en el momento oportuno.

Lo cierto es que formar parte del equipo técnico no se consideraba una profesión como tal en aquella época: si eras director de escena en los tiempos de Shakespeare y necesitabas un tramoyista, únicamente tenías que acercarte a las tabernas de los muelles donde había un gran número de marineros desempleados que sabían de cuerdas y de obedecer órdenes. Lo siguiente era conseguir a unos cuantos, desalcoholizarlos y el espectáculo podía comenzar.

Una arraigada tradición freelance

Así es como funcionó el asunto durante mucho tiempo: mano de obra no profesional y la fuerza física que los intérpretes pudieran aportar cuando no estaban actuando era todo con lo que se podía contar. Los espacios construidos ad hoc para estas actividades eran muy poco habituales y lo más frecuente era tener que montar los espectáculos en patios de tabernas y casas señoriales, tirando de la ayuda local que pudieras sacar de aquí y allá. Quizás la razón por la que la tradición freelance siga tan presente a día de hoy radique en su larga historia.

La tecnología lo cambió todo. Cualquiera podía hacer rodar una bala de cañón por las tablas del escenario para simular un trueno, pero hicieron falta conocimientos más especializados cuando todo se volvió un poco más sofisticado. Primero llegó la iluminación: ¿qué empresario podía resistirse a la lógica financiera de producir espectáculos de día y de noche o a la oportunidad de impresionar al público con efectos especiales?

A medida que las velas dieron paso al gas y más tarde a la luz eléctrica, “los chispas” (electricistas) se unieron a los “picamaderos” (carpinteros) y a los maestros de todos los oficios. El avance tecnológico posterior y el aumento de la ambición hacía necesaria una mano de obra más cualificada. Para mover la escenografía hacía falta alguien lo suficientemente competente para no dejar caer los decorados sobre las cabezas de los actores; para el sonido se necesitaban sonidistas; para el cine, proyeccionistas; y, por supuesto, el ámbito audiovisual necesita sus técnicos.

Poco a poco, todo este sistema de apoyo técnico se fue haciendo más grande, un grupo nómada compuesto por lo general de personas prácticas que hacían que los actores y artistas lucieran impecables tras noches y noches sin descanso.

Mientras tanto, esperando entre bastidores todo este tiempo, estaba el equipo técnico al completo, aguardando a tomar el control del espectáculo. Y, cuando eso pasó, cómo cambiaron las cosas, amigos. Decir que hoy en día, en muchas ocasiones, el propio equipo técnico es el espectáculo no es ninguna exageración. No hace falta nada más que ellos, la tecnología con la que trabajan y un material audiovisual cuidadosamente trabajado.

Artistas

Para aquellos primeros “técnicos”, lo que los miembros de los equipos actuales son capaces de hacer ahora resultaría igual de descabellado que aquella magia que ellos mismos trataban de simular con azufre y salitre. Los equipos técnicos de hoy en día pueden decir que no son artistas; no llevan maquillaje, van invariablemente vestidos con pantalones cargo negros, camiseta y un pase plastificado, pero, no obstante, son unos verdaderos artistas. No hay un problema que no puedan solucionar o una noche de sueño a la que no puedan renunciar para asegurar que el espectáculo salga a la perfección. A su profesión la honra su larga y honorable historia, y por eso son tan buenos en ella.