Porqué el entretenimiento estando acompañado siempre es mejor

No hay nada mejor que una experiencia compartida. La teoría dice que compartir es bueno, como también lo son las experiencias, por lo que unir ambas cosas debe ser algo mucho mejor todavía. Teniendo esto en cuenta, gran parte del atractivo del cine y el sector audiovisual de máximo nivel es esta experiencia compartida. De forma instintiva, sabemos que si hacemos algo juntos nos lo pasaremos mejor, que nuestros sentidos se agudizarán y que el placer experimentado será insuperable. Por este motivo, los lugares abarrotados son los mejores lugares para pasarlo bien, y por eso las salas de cine bullen cuando están medio llenas y una noche fuera es siempre mejor que una noche en casa.

Pero ¿por qué? Es relativamente fácil entender por qué una multitud en un evento deportivo o de música en directo puede elevar una experiencia en todos sus aspectos. Para empezar, hace que la participación del público aumente de forma exponencial, y de repente te ves inmerso en un coro incontrolable formado por miles de voces reunido con el único propósito de mostrar su apoyo a la banda que está sobre el escenario. Hacer mucho ruido, mover banderas y llevar camisetas forma parte de la diversión.

La respuesta es la empatía

Pero en las salas comerciales no hacemos estas cosas. Con mucha probabilidad, agitar banderas y gritar en un cine resulte en la expulsión del recinto. En Inglaterra, por ejemplo, el público del patio de butacas permanece tan anclado a sus asientos que rara vez interactúas con quien tienes sentado a tu lado. Normalmente hay un protocolo para el uso del reposabrazos que se suele negociar con la mirada y asentimientos nada más llegar y luego, la nada. Ni siquiera hablas con tus acompañantes hasta que no vuelves a salir al vestíbulo. Y aun así, ver una película en una sala de cine entre toda esa gente es innegablemente más divertido que verla tú solo o en casa. ¿Cómo es esto posible? Pues por una cuestión de empatía.

Como animales sociales, reconocer las respuestas emocionales no verbales del resto es una grandísima ventaja evolutiva. Si tienen miedo, es probable que por los mismos motivos tú también lo tengas. Lo lógico sería que ese tigre que os acecha os coma a los dos, ¿verdad? Pero no hace falta que lo verbalicemos, es algo que compartimos de forma subliminal, como sucede con la alegría. Recientes investigaciones en el ámbito de la psicología arrojan que la habilidad de compartir la alegría y el placer de los demás puede ser más potente desde el punto de vista social de lo que se pensaba hasta ahora.

Un bucle de emociones positivas

«Me gusta que puedas sentir mi dolor; me encanta que puedas sentir mi alegría» es un paper escrito por M. R. Andreychik, publicado en el Journal of Social and Personal Relationships 36(3), 834-854, y a pesar de que principalmente trata sobre las relaciones interpersonales y no sobre multitudes, argumenta que es en esta última circunstancia cuando se da un tipo de empatía más potente. Por lo tanto, no importa si te sientas en silencio en una sala de cine, a oscuras y con la respiración entrecortada o gritando a pleno pulmón en un concierto: la alegría de los demás alimenta la tuya. Es por esto por lo que disfrutamos más las experiencias que compartimos: a medida que los sentimientos de los demás resuenan en nosotros mismos y viceversa, experimentamos una potente retroalimentación de emociones positivas. Y ni siquiera es necesario intercambiar palabras para que esto suceda.

Existe también otro factor multiplicador en este caso. Cuanto mejor sea la experiencia en sí, más alegría se esparcirá para desatar la empatía. Mejores historias, mejores imágenes, un mejor sonido, etc. no son solo aspectos deseables, sino que además son el germen de experiencias inmersivas, placenteras y compartidas. Cuanto mejores sean, más disfrutarás la ocasión. Por eso en Christie seguimos haciendo lo que hacemos.