Recordar quiénes somos. El poder de los festivales de iluminación

La Fiesta de Luz merece una mención especial en la historia de los festivales de iluminación y proyección mapping. No necesariamente por la tecnología de vanguardia utilizada, sino porque algo extraordinario ocurrió en Quito, una ciudad patrimonio de la humanidad situada en los Andes ecuatorianos. Sus habitantes no se limitaron a presenciar un espectáculo, sino que además lo hicieron suyo.

Era el 8 de agosto de 2018, la tercera edición de la Fiesta de la Luz de Quito — cinco días de celebración colectiva. Con dos docenas de instalaciones de alumbrado, actores, músicos callejeros y todos los museos y centros culturales abiertos, el festival ya se había convertido en una tradición. Pero ese día, fue el catalizador de una ola inesperada de unidad social y orgullo que cogió a todos por sorpresa. Y los más sorprendidos fueron los propios quiteños, y el papel que desempeñaron al insuflar vida a la Fiesta de la Luz en la noche en la que más de un millón de personas tomaron las calles.

Pero hagamos primero un poco de historia. Y una presentación.

Quito

Quito es la segunda ciudad capital más alta del mundo, y en 1809 fue la primera ciudad de Ecuador que declaró su independencia de España. Como muchas ciudades capitales, es una combinación de lo fabuloso y lo mundano. Declarada patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es a la vez un lugar de abundancia y de pobreza, una sede de poder y la cuna de los más débiles. Es una sociedad organizada a la vez que maravillosamente tumultuosa en ocasiones. Y uno de los hombres responsables de la organización, y algunos dirían que del tumulto, fue Pablo Corral Vega: fotógrafo, abogado, académico, escritor y, al mismo tiempo, secretario de cultura de Quito.

Pablo obtuvo una beca Nieman en Harvard siendo alumno del profesor John R. Stilgoe, un defensor de los “paseos conscientes”. Pablo afirma que fue él quien le enseño a apreciar cada ciudad como un lugar repleto de misterios y ritmos. La historia que se oculta tras un portal, la manera en que las calles se llenan y se vacían, la forma en que las nubes cubren los valles, la importancia de cada grieta o imperfección del pavimento.

Ojo de fotógrafo

Para compartir esta visión mágica del mundo, Pablo quería crear algo más que un festival de luces; quería usar su ojo de fotógrafo para revelar la ciudad que se oculta tras la ciudad y compartirla con el mundo. Pablo había pasado algún tiempo en el MIT Media Lab, donde observó las características transformadoras de la luz. ¿Podría la luz reconectar a los quiteños con los misterios y los ritmos ocultos de su propia ciudad?

Pablo resume la historia: “Me hice amigo del director de la Fête des Lumières de Lyon, el festival de iluminación más grande del mundo, que me dijo, ‘Tienes que entender que esto no es un festival de iluminación, es un festival de oscuridad. Oscurece la ciudad para que recobre su misterio. En la oscuridad, los habitantes viven su ciudad de una forma totalmente distinta’”.

Pablo continúa: “sabía que tenía que conectar con los símbolos, los sonidos y los sentimientos de los lugareños y trabajar con artistas locales. Si no tenían la competencia técnica necesaria, se la daríamos. Logramos que los mejores artistas de iluminación franceses vinieran a Ecuador a compartir su experiencia. Y ese intercambio lo transformó todo”.

Algo especial está ocurriendo

Al caer la noche, Pablo supo que algo especial estaba ocurriendo. El sistema de transporte urbano estaba más concurrido que nunca y había más coches en las carreteras. De forma inesperada, surgieron miles de artistas, grupos de teatro y mercados callejeros. Los quiteños estaban rindiendo homenaje a Quito. Un festival de luces les había dado permiso para reclamar para sí lugares de reunión largamente olvidados, esta era su ciudad y se sentían orgullosos de ella.

La proyección de Christie desempeñó, sin duda, un papel importante, al igual que el trabajo de su partner de rental, 3Laser. Ambos consiguieron algo que trascendió la propia iluminación. La población reimaginó su propia ciudad en tiempo real. Solo hacía falta una chispa, y el festival fue esa chispa.

Una cosa es transformar la ciudad durante una noche y otra muy distinta es mantener viva esta transformación al romper el alba. Al igual que la proyección mapping no se impone sobre los edificios que ilumina, los festivales de luces tampoco se imponen a las ciudades que homenajean. Funcionan mejor cuando su luz revela lugares y tradiciones largamente olvidados y las extraordinarias vidas de las personas normales.