De la rebeldía del rock a la revolución del Rental: el rigging llega a la madurez.

Se les veía en los montajes de espectáculos con sus inconfundibles andares: un balanceo a lo John Wayne motivado por los arneses de alpinista que llevaban puestos todo el día y parte de la noche, acompañado del ruido metálico de los mosquetones de escalada, instrumentos de su oficio. ¿Quiénes eran esos cowboys de los shows? Los riggers, durante mucho tiempo una categoría aparte.

No queda otra que escalar

El arte del rigging (por entonces más arte que ciencia) se inició en los conciertos de los años setenta, cuando, sin demasiados melindres sobre la seguridad en el trabajo y con un conocimiento más bien elemental de las leyes de la física, los técnicos de sonido y de luces decidieron que no había más opción que la escalada.

Y tomando prestadas técnicas del alpinismo, comenzaron a “volar” equipos cada vez más voluminosos y pesados por encima de las cabezas de intérpretes y público. Sobre unas torres de andamiajes aterradoramente frágiles, plantaban matrices de altavoces; se arrastraban por tramos largamente olvidados de vetustos espacios musicales o deportivos para colgarse luego de unos cables o bajar por ellos haciendo rapel para ajustar luces. Trabajaban toda la noche, y contribuyeron a crear espectáculos memorables corriendo unos riesgos hoy inimaginables.

Se hicieron mayores. También su oficio.

Ahí desde el principio

Robin Elias, en la actualidad Director Técnico de The Unusual Rigging Company, era por entonces uno de aquellos pistoleros a sueldo, que lo mismo trabajaban ayudando a envidiosos y trajeados hombres de empresa en conferencias y congresos, que en las giras de los Rolling Stones, Genesis o Bob Dylan. Robin estuvo en los comienzos y ahí continúa a día de hoy, con su profesión convertida en un elemento indispensable del equipamiento para espectáculos, el llamado Rental, y de muchas cosas más.

Madurez profesional

Seguramente haya algo de nostalgia en el relato de sus jóvenes años de libertad profesional. De lo que no hay duda es del orgullo por lo logrado, por él y por tantos colegas suyos. Las habilidades y técnicas ensayadas por primera vez por ellos son hoy moneda común en todo el mundo: en museos, musicales, y hasta en un sector tan reputado y reacio a los riesgos como el de la ingeniería civil. Hoy, aquellos cowboys son profesionales respetables.

Fueron riggers quienes hicieron posible mantener un gran nudo ferroviario en funcionamiento durante sus trabajos de renovación, colgando enormes plataformas del techo y apartándolas en las horas de tráfico de público; riggers los que hicieron posible que un caza Ala-X atravesara un almacén abandonado para la proyección de El Imperio contraataca de Secret Cinema, y riggers los que colocaron treinta y dos actores en la gran noria del London Eye sin que esta dejara de girar.

Una voz a tener en cuenta

En la actualidad, la existencia de una titulación profesional en el rigging y de planes de formación defendidos por su asociación profesional, PLASA, son dos ejemplos del estatus y el respeto logrado por un sector cuyas opiniones son hoy tenidas muy en cuenta. Y, como no podía ser de otro modo, cuando Christie diseña sus multipremiados proyectores para el rental, como los de la serie Boxer, las necesidades de los riggers cuentan tanto como las especificaciones ópticas o de IT.

Por eso los proyectores Boxer son omnidireccionales y los más ligeros del mercado: porque son requisitos esenciales para que un rigger pueda realizar su trabajo con seguridad, aunque sea a las tres de la mañana, trepando por una cuerda boca abajo y a diez metros del suelo.

El brillo en los ojos del rigger

Hablando con Robin Elias entendemos de inmediato la velocidad con la que la profesión ha llegado a su madurez. Pero, ¿ha perdido emoción? Seguramente no. El deseo de llegar siempre más alto, de impactar, de ser audaz, sigue ahí. Es posible que la seguridad y las habilidades técnicas sean hoy mejores, y que la tecnología haya hecho, de mil maneras diferentes, sus vidas infinitamente más fáciles. Pero en los ojos de cada rigger sigue prendida la chispa del rebelde.