Estamos donde estamos: Por qué los lugares importan en el cine

Piensa en cualquier gran película y estarás pensando en el sentido de pertenencia. Las películas, quizás más que cualquier otra forma de arte, construyen mundos en nuestra imaginación que de alguna manera parecen completos. Aunque al principio vemos ese mundo dentro de los límites de la pantalla, entendemos que existe toda una realidad más allá de dichos límites. Es el mayor truco cinematográfico de todos: cómo lo que no se ve se vuelve tan real y convincente como lo que se ve.

Y estamos hablando de lugares, no de ubicaciones. Aunque los dos están relacionados, las ubicaciones son paisajes, mientras que los lugares son mucho más. ¿Nos sentimos a salvo aquí? ¿Cómo son sus habitantes? ¿Podríamos vivir en este lugar? ¿Prosperar incluso? El sentido de pertenencia se nutre de las emociones humanas más primitivas y nos transporta a una época en la que todos éramos nómadas y esa habilidad era una cuestión de supervivencia.

Cambiar nuestras percepciones

Es el cambio en la forma en que percibimos un lugar lo que lo hace tan atractivo: es una reacción subliminal, no intelectual, a lo que aparece en la pantalla. En Midsommar, de Ari Aster, el lugar en sí se convierte en la amenaza. Lo que al principio es idílico e indescriptible pronto se convierte en un telón de fondo inquietante. El paisaje no ha cambiado; nuestra percepción sí. En la película ganadora de la Palma de Oro Parásitos, de Bong Joon-ho, el espacio, la casa, es un elemento esencial de la trama. Cada personaje tiene zonas que domina o en las que se infiltra, pero también hay espacios secretos que no conocen. Para cuando termina la película, sabemos que el espacio significa estatus y tenemos una idea de dónde encajaríamos nosotros mismos.

Más intenso en la gran pantalla

Generar un sentido de pertenencia no es algo nuevo. Está en las novelas de Steinbeck, en la voz de Billie Holiday y se cuela en nuestro interior a través de las películas, sobre todo cuando las vemos en el cine. Quizás sea la oscuridad de la sala de cine, entorno absolutamente inerte, donde el sentido de pertenencia del director es el único lugar que podemos habitar; o tal vez sea la experiencia compartida por el público cuando todos intentamos decidir si la película nos transporta a un lugar que es una amenaza o a un lugar que es reconfortante. Eso es lo que pasa con el sentido de pertenencia: si lo pierdes, te pierdes lo mejor de una película. Es lo que perdura en nuestra memoria mucho después de que el diálogo se haya olvidado y la acción se haya desvanecido. Y no hay duda de que es más impactante cuando la pantalla en blanco de un cine se llena de sueños en alta resolución que en una pequeña pantalla en casa.

Cuando se trata del sentido de pertenencia, el lugar en el que estamos (o, lo que es más importante, el lugar al que nos transporta una película) tiene una enorme influencia en cómo pensamos y sentimos la historia que vemos en la pantalla. No es solo el telón de fondo de la historia, es el océano en el que la historia navega.